Sobre las newsletters y una merienda de locos

¿Por qué deberías leer más newsletters (incluyendo la nuestra) y escapar de Instagram? La respuesta está en Lewis Carroll. Te lo contamos. 

Fotograma de ‘You've Got Mail’ (1998), escrita y dirigida por Nora Ephron (a la que es obligatorio dedicarle varias newsletters, dadnos tiempo).

¿Por qué hemos creado una newsletter? ¿Y por qué deberías tú —querido amigo, familiar o vecino del mundo— molestarte en leerla?

Responder a esto parece la cuestión más acertada para iniciar esta serie de correspondencias unilaterales (si lo deseas, puedes convertirlas en un diálogo: escríbeme).

Empecemos por la primera: Hemos creado esta newsletter para tener un medio de expresión directo contigo. Nosotros escribimos —yo o cualquiera de los redactores de SéptimoVerso.com— y tú recibes el texto en tu bandeja de entrada. Fácil y rápido. No hay intermediarios. El texto es el protagonista. Y siempre puedes volver a leerlo en nuestra web.

Tal vez este dato te parezca exagerado, pero llevo más de ocho años escribiendo publicaciones en internet. No te molestes en rastrear mis viejos artículos, la mayoría (y por suerte para todos) ya no pueden leerse. No existen. Así es internet. Parece eterno y, en realidad, está compuesto por discos duros en los que hemos ido sobrescribiendo información sin pensar en el pasado. Aquí (en internet) solo importa la novedad, lo inmediato. Pero, en fin. Ese es otro tema. Y tal vez, incluso, una actitud deseable, eso de mirar siempre hacia delante.

Sí, llevo más de ocho años en el río de la tinta digital. En 2016, empecé un blog llamado ‘Crítica Justa’. El nombre pretendía aludir a los combates medievales, pero lo reconozco: publicaba exclusivamente críticas de cine y nunca hablé de nada relacionado con el medievo. Por el camino, colaboré en ‘Prensa Imperial’ (en aquel momento era el medio especializado en Star Wars con más influencia) escribiendo noticias relativas a la producción de películas. Sí, era una frikada. Pero era una frikada con muchísimos lectores.

Y, por último, en Septimoverso.com, una revista de cine online, donde (entre otras muchas cosas) todavía publico artículos muy interesantes junto a otros redactores. Y te animo a leeros. ¡Son todos gratis!

Este es el aspecto que tenía mi versión joven con ínfulas de crítico de cine, periódico en mano. Sitges, 2017.

¿Entonces, si ya tenemos un sitio agradable donde publicar mis ideas, por qué hemos creado este boletín? ¿Para qué tanta molestia? La respuesta es muy sencilla: ya nadie lee blogs ni revistas online, por muy interesantes que sean los artículos. Y reconócelo: tú tampoco.

Te lo explico: Cuando empecé a escribir en internet, Instagram todavía era un sitio en el que solo subíamos fotos de cafés y paisajes, TikTok no existía (creo, yo qué sé) y Facebook (ahora Meta) nos servía para encontrar noticias y artículos que luego leíamos. En serio. Era así. La gente se interesaba más allá del titular. Y la palabra scroll y el scroll mismo todavía no existían. Era todo campo, bla, bla bla... ¿Os acordáis? Tampoco nos engañemos, internet ya era entonces un lugar horrible y lleno de basura, pero, al menos, la gente todavía se interesaba en leer. Eso ha acabado. Hace mucho tiempo, en realidad. Playground quebró y BuzzFeed probablemente esté siendo ahora mismo operada por ChatGTP.

Los usuarios ya no tienen ni el tiempo ni la capacidad de atención para eso. Antes de llegar a tu artículo, antes de decidirse por pulsar en tu enlace, se han distraído con otros mil quinientos estímulos. Y no es un accidente: de un tiempo a esta parte, las redes sociales se han especializado en diseñar ecosistemas de los que es imposible salir. Cárceles digitales. El algoritmo (una máquina tragaperras con sonidos llamativos y elementos motrices que te muestra exactamente lo que tú quieres ver, pero también algunas variantes aleatorias, que te hacen sentir siempre que puede pasar cualquier cosa a continuación, igual que en un juego de azar) se encarga de mantenernos cautivos, presos de la dopamina, ludópatas de los reels.

Si salieras de la celda para leer nuestra revista, entonces Instagram, YouTube, TikTok, Meta o quien sea dejarían de cobrar por enseñarte anuncios y, sobre todo, vender tus datos de navegación (qué contenido ves, cuándo, cómo y dónde) a «terceros». Así se ganan la vida. Es así de simple. ¿Por qué crees que no pagas por usarlas? Tu tiempo es el precio, tú eres la moneda. Y perdón por el lenguaje apocalíptico y todo eso, pero no hay otra forma de decirlo.

Pero todavía nos queda una última esperanza (espero). Es irónico. Si queremos sobrevivir en este mundo esquizofrénico de trampas dopamínicas (sin aceptar sus condiciones, por supuesto: todo rápido, simple, apolítico y genérico), tenemos que volver a comunicarnos con uno de los elementos más primitivos de internet: el mail.

Con esta newsletter ya no necesitamos que llegues a nuestro enlace (a nuestro nuevo artículo, noticia o relato) a través del laberinto de las redes sociales, el artículo llegará directamente a ti, porque así lo has elegido tú. Tú decides. Tú lees. 

¿Y por qué deberías leer (y suscribirte) tú a nuestra newsletter?

Tal vez deberías responder tú a esa pregunta. Una buena razón podría ser porque te gustan nuestras publicaciones. Así de simple. Te interesa nuestro punto de vista sobre el cine o, tal vez, has visto alguno de nuestros cortometrajes y quieres saber más sobre nuestro trabajo (también te enviaremos novedades sobre eso). Sí. Todo eso está muy bien. Pero suena falso, ¿verdad? Suena muy falso.

Por suerte para ti, Lewis Carroll formula otra posible respuesta en ‘Alicia en al país de las maravillas’. En el capítulo siete del libro, titulado ‘Una merienda de locos’, Alicia está sentada en una mesa (situada estratégicamente bajo la sombra de un árbol), donde la Liebre de Marzo, el Sombrerero y «un Lirón profundamente dormido» toman el té. Después de una acalorada discusión sobre si Alicia había sido o no invitada a unirse a la reunión, el Sombrerero le propone un acertijo a la niña:

«—¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?

“¡Vaya, parece que nos vamos a divertir un poco ahora! —pensó Alicia—. Me gusta que propongan acertijos…” Y añadió en voz alta:

—Creo que lo sé.

—¿Quieres decir que crees saber la solución —dijo la Liebre de Marzo.

—Exacto —dijo Alicia.

—Entonces, deberías decir lo que piensas —prosiguió la Liebre de Marzo.

—Ya lo hago —se apresuró a contestar Alicia—. Al menos…, al menos pienso lo que digo… que es lo mismo, ¿no?

—De ningún modo —dijo el Sombrerero—. ¡Así también podrías decir que “veo lo que como” es lo mismo que “como lo que veo”!

—¡Así también podrías decir —añadió la Liebre de Marzo— que “me gusta lo que tengo” es lo mismo que “tengo lo que me gusta”!»

La Liebre de Marzo parece no esforzarse demasiado por parecer racional, pero nos regala una de las ideas más lúcidas del sueño de Alicia (y en este caso la aparente incoherencia es obligatoria).

Si quieres tener lo que te gusta, primero es necesario tomar una decisión. Ahí está la gran diferencia. Puede que estés contento con los vídeos que ves en Instagram o YouTube, puede que incluso te gusten, sí, ves uno detrás de otro, los consumes o te consumen a ti: ¿Pero son lo que quieres? ¿Has elegido verlos o solo estás esperando a que salgan por fin tres cerezas seguidas?

Fotograma de ‘O Brother, Where Art Thou?’ (2000). Otro día hablaré de esta simpática adaptación de Homero.

Haz caso a la Liebre. Pregúntate: ¿Tienes lo que te gusta o te gusta lo que tienes? Escapa del algoritmo, únete a nuestra newsletter. 

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