Pretend It's a City, o Scorsese riéndose en siete capítulos para Netflix.

Pretend It's a City, la nueva de serie de Martin Scorsese para Netflix —sí, lo han leído bien—, se estrenaba el pasado ocho de enero en la plataforma, sin demasiada intención de escándalo publicitario y con apenas unos comentarios breves de espectadores en redes, algo tardíos y todos tangenciales. Sin mucho revuelo,  en definitiva, por lo menos sin el revuelo que podría esperarse del estreno de un trabajo del realizador en cuestión, que no es poco. Un efecto estúpido, tal vez fruto de la confluencia entre el formato serial, que puede alejar (se me ocurre) al target tradicional del director de Casino, al tiempo que su propio nombre, por confuso, por italoamericano, o porque entre sus temas no hay ni adolescentes, ni sexo, espanta al target que podríamos asociar al resto de las series de la plataforma. O por su condición de documental, que asusta a todos por igual, más siendo su protagonista, sino completamente desconocida en nuestro país, conocida solo en círculos cerrados a los que no convendría acercarse si uno tiene alergia al polvo. Ninguna de estas variables especulativas queda, sin embargo, por encima de la que probablemente (o con toda certeza, pero para mí) es la mejor serie documental producida por Netflix y una de sus obras más divertidas. 


Pretend It's a City es la segunda aproximación de Martin Scorsese al personaje de Fran Lebowitz, después de Public Speaking (2010) —rodada para HBO—, que sirve aquí como excusa para retratar la ciudad de Nueva York, con el particular punto de vista de la escritora, en primera persona, siempre crítica y aguda, en todos sus ámbitos: Cultura, Transporte Urbano o Gestión Presupuestaria son algunos de los títulos de los capítulos. Así, un documental a priori sobre Lebowitz se convierte, en realidad, en un documental sobre la vida en la ciudad de Nueva York, que, a su vez, muta a un documental sobre Fran Lebowitz. Si esta premisa les suena complicada, tengan en cuenta el nombre que hay detrás. Un Martín Scorsese en  completo estado de gracia que construye siete capítulos absolutamente demenciales en términos de dirección y montaje, como no podría ser de otra manera, con una estructura que da vueltas sobre sí misma y salta de un continente a otro sin pestañear. Y por si fuera poco, co-protagoniza la acción, dándole replicas a Lebowitz y, sobre todo, riéndose de sus comentarios. Es imposible no ver la serie que, por cierto, es también insólitamente divertida, sin retener para siempre la risa de Scorsese.

Poco más se puede decir, si llegados a este punto no están convencidos para conocer esta historia.  Quizás formen parte de ese target temeroso del que hablaba al inicio y, cansados de darle oportunidades a personas que les acaban decepcionado en sus vidas, se resisten ahora a abandonar el miedo y abrirse, tan siquiera a una serie. Es lícito, no se avergüencen. Todos tenemos nuestras taras. O puede que, para mi penuria personal, yo sea parte de ese target del que habla Lebowitz de escritores, artistas, sin demasiado talento, que le hacen perder el tiempo a los demás y publican cualquier cosa, sin ninguna conciencia crítica. Por si acaso fuera la segunda, mejor abandonar el ridículo público en el cuarto párrafo. 

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