La pintura de las almas rotas


"Nunca ví una época más devastada por la desesperación, por el horror de la muerte. Nunca un silencio tan sepulcral ha reinado en el mundo. Nunca el hombre ha sido tan pequeño. Nunca ha estado tan inquieto. Nunca la alegría ha estado tan ausente ni la libertad tan muerta. Y gritar la desesperación: el hombre pide gritando su alma, un solo grito de angustia sale de nuestro tiempo. Aunque el arte grita en lo ténebre, pide auxilio, invoca el espíritu: es el expresionismo." 

- Hermann Bahr


¿Cómo se expresa el dolor?, ¿qué color tiene un alma quebrada?, ¿pueden los sentimientos traspasar un lienzo?... Cuántas preguntas inquietan la curiosidad de una persona cuando se adentra en lo humano del arte. Todo el mundo deleita su espíritu embriagándose de películas y música nostálgica cuando los problemas nublan el cielo de su vida, y algunas afortunadas, encuentran esa expresión también en la pintura, pues el dolor no entiende de barreras, y la expresión artística tampoco. El lector no va a encontrar las respuestas a estas preguntas entre los siguientes párrafos, sólo se pueden encontrar yendo a un museo y experimentando el arte. Sin embargo, lo que quizás halle es la chispa que enciende esa curiosidad, que le lleve hasta ese punto. Si ha existido un movimiento que tratara ese dolor interior es el Expresionismo, inmortal entre los mortales, pues fue el que dio la libertad de gritar desde el interior.

Bailando en una orilla, Edvard Munch (1900)

La vida, el gran océano de las experiencias... Es increíble detenerse a reflexionar sobre cuántas vivencias esconden los ojos de cada transeúnte que a diario pasan casi desapercibidos a nuestro lado. Cada una de esas estrellas fugaces humanas vive la vida según la siente y dos nunca tendrán una misma opinión. Por tanto, la experiencia baila de la mano de la subjetividad. Sería fascinante que cada ojo desvelara su propio color públicamente, pero sólo algunos han podido hacerlo, aquellos llamados Expresionistas, un término que puede causar cierta confusión, pues toda obra de arte no deja de ser la expresión de un individuo, háblese de abstracción, de conceptualismo o realismo incluso.

Todo aquello que pase por el filtro humano tiene un tinte subjetivo. No es casualidad que aquel que nade en las entrañas de una artista, aprecie una serie de obras cargadas a gran medida de sentimientos, ya sea un dibujante aficionado o un auténtico profesional. Expresar es inevitable; expresar es para el artista como brillar para el Sol. Pero lo que caracterizó esta Avant-Garde fue su explosiva expresión, un sencillo cuadro expresionista mueve mar y tierra. No quisiera describir las características generales que el movimiento presenta, porque lo cierto es que cada artista posee su propio estilo. No obstante, es cierto que todos mantienen unas características que podrían denominarse «comunes», como la evidente deformación de la realidad manifestando un profundo subjetivismo, la fuerza de la pincelada, así como su movimiento, o la potencia cromática, entre otras muchas que merecen ser vistas en vez de contadas.

Todo comenzó con el nacimiento de un nuevo período, el siglo XX. Una época que prometía grandes avances, pero que no contaba con tantas desgracias. Artísticamente hablando, ya en 1905 surgió la primera Vanguardia, del regazo de un grupo francés denominado Los Fauvistas o Fauves (Salvajes). Entonces aparecieron nombres que quedarían grabados en la historia, como Henri Matisse, Paul Serrusier, o André Derain. Este movimiento, que desligaba el color de la realidad, rompiendo así la teoría aristotélica de la mímesis (imitación de la naturaleza de forma estética), cambió todo el curso de la pintura. 


Paisaje en Chatou, André Derain (1904)

El impacto estético y la potencia artística que este grupo generó, llevó a los artistas emergentes a dar rienda suelta a su creatividad y borrar a golpe de pincel las barreras del arte. Poco duró el ilusionado espíritu del avance, puesto que en 1914 se desató la devastadora Primera Guerra Mundial. El fuerte impacto entre las desatadas ganas de progresar y el hundimiento europeo entre bombas gaseosas generó un sentimiento imborrable en el rostro de la humanidad. Pero aquello no calló al arte, ya antes de la guerra se habían empezado a fraguar las vanguardias venideras, como el propio expresionismo.

Aquella tormenta que los artistas sentían dentro debía salir a interpretar su triste melodía. No sólo manifestar lo irónico y absurdo de la situación, sino el dolor de sus vidas. Y así fue como, entre lágrimas y gritos, nació el Expresionismo alemán, mostrando la parte más vulnerable del ser humano.


Mujer con niño muerto, Kathe Kollowitz (1903)

Al contrario de lo que muchos piensan, el célebre Edvard Much, el autor de “El grito” no pertenecía a este grupo, sino que fue, al igual que el pintor belga James Ensor, un precursor. Los originales cuadros de estos artistas, impregnados de emoción, crítica (Ensor) y soledad (Munch), inspiraron a muchos a servir su corazón y pensamientos en cada lienzo.


Hacia el bosque II, Edvard Munch (1915)

La intriga, James Ensor (1890)

El expresionismo alemán tenía dos corrientes; Die Brücke (el puente) y Der Blaue Reiter (El jinete azul). El primero, era de carácter figurativo y pretendía llegar a la sociedad mediante una crítica directa. Fue creado en la Escuela Técnica Superior de Dresde, donde sus componentes se reunían semanalmente para discutir aspectos pictóricos. En cuanto a técnicas, destacaron sus xilografías y otros métodos de grabado, pues les permitía jugar con los colores homogéneos y crear sensaciones agresivas y de carácter primitivo. Esta corriente la lideraba Ernst Ludwig Krichner, uno de los grandes representantes del expresionismo pictórico. Otros miembros destacables fueron Erich Heckel, Fritz Bleyl (arquitecto) o Karl Schmidt-Rottluff.

Escena callejera berlinesa, Krichner(1914)

Autorretrato, Erich Heckel.

Casa en la curva de la carretera, Karl Schmidt-Rottluff

Por otro lado, se movía con potencia la corriente del Jinete Azul. Fue esta segunda la más rompedora y la que ha dejado un legado más palpable. Nació en 1911 cuando un grupo de artistas se juntaron defendiendo la libre creación y el carácter subjetivo en el arte. A esta variante expresionista se la considera “el arte lírico”, de tintes más abstractos y de un empleo cromático fascinante. A diferencia de El puente, ellos abogaban por obras menos temperamentales y se inclinaron por una expresión más espiritual. En sus obras no se presenta ningún tipo de deformación metafísica, sino que buscaban una esencia depurada de la realidad. Los fundadores del Jinete Azul fueron Wassily Kandinsky y Franz Marc, quienes publicaron un Almanaque que recibía el nombre del grupo, así como un libro acerca de la espiritualidad y la música contemporánea, elemento clave en la obra de los abstractos. El grupo contó con un gran número de miembros. Sin embargo, cabe destacar figuras como Paul Klee, Gabriele Münter o Auguste Macke.

Amarillo, rojo y azul, Wassily Kandinsky (1925)

El tigre, Franz Mac (1912)

Barcos en reposo, Paul Klee (1927)

Meditación, Gabriele Münter (1917)

Baño de chicas, August Macke (1913)

Pero el expresionismo no se quedó en este fuerte río de dos corrientes, se prolongó también hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y se manifestó también en el cine (véase el El Gabinete del Doctor Caligari (1920), un filme del director Robert Wiene). Los últimos resquicios de expresionismo que conserva el arte contemporáneo vienen con La Nueva Figuración (1945-1970), un movimiento encabezado por Lucian Freud y Francis Bacon. 

El paso de la historia ha ido olvidando a otros grandes expresionistas cuyos estilos se alejan de estas corrientes conocidas. El sufrimiento así como el deseo de evasión se escapa de los poros de muchos artistas del siglo XX que tuvieron la necesidad de expresar lo que vieron y lo que sintieron. Quisiera concluir esta bella experiencia con obras poco conocidas, pero no por ello, menos grandiosas. Obras que dotan de una autenticidad inigualable.


Luz de la luna, Edvard Munch (1893)

Muerte, Kathe Kollowitz (1893-1897)

Patinadores, Marianne von Werefkin.

Coaching en Atenas en Luna Nueva, Tivadar Kosztka Csontváry (1904)

La hora de la muerte, Alfred Kubin.

El hombre enamorado, George Grosz (1916)

Carnaval en un pueblo, José Gutierrez Solana.

Como habrás podido comprobar, querido lector, las preguntas iniciales no han sido resueltas, y es que a veces hay respuestas que es mejor sentirlas, no decirlas. Si este caldo expresionista ha sido de tu agrado, te recomiendo visitar la nueva exposición “Expresionismo alemán” en el Museo Nacional Thyssen. Esta fascinante exposición se inauguró el 27 de octubre de 2020 y tendrá fin el 14 de marzo de 2021. En ella, podrás admirar la obra de algunos de los pintores mencionados y ampliar los conocimientos sobre este movimiento que no deja indiferente a nadie.

Resulta verdaderamente apasionante el poder adentrarse en la subjetividad de un pintor, contemplar el mundo a través de sus ojos. Como bien he mencionado antes, si nos sumergimos en el estudio de cualquier artista, encontraremos dibujos y pinturas tan íntimos que quedan sellados bajo candado, pues en ellos se refleja su alma desnuda. No todos los corazones receptores son capaces de sostener tanta verdad al verla. Quizás, lo más intrigante de ello es pensar que hasta los grandes maestros pintaban sus demonios en el silencio sepulcral de la noche, mientras el dolor recorría sus lágrimas.


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