El año de Mad Max y por qué nos decepciona la ficción especulativa
Si 2019, concretamente noviembre (casi llegó para advertirnos de algo), fue el año en el que los androides soñaron con ovejas eléctricas (Blade Runner, 1982), en 2021 nos enfrentamos a otra falsa efeméride con Mad Max. En el campo de la ficción especulativa, el cine de la década del 80' ha tendido los últimos años ha decepcionarnos con todas sus predicciones y sueños utópicos. El futuro que imaginaba Zemeckis para 2015 en Regreso al futuro II (1989) se quedó en una imagen más bien cómica, aún con algunos aciertos, como el teletrabajo por zoom. Y Blade Runner pecó, o bien de pesimismo, o bien de ser demasiado precoz.
Mad Max (George Miller, 1979) |
Es interesante, en cualquier caso, pensar como la mayor parte de los ejemplos que podamos imaginar, sumemos, por ejemplo, Robocop (Paul Verhoeven, 1987), de la misma década —en la que un policía fallecido era transformado en un cyborg que iba recuperando poco a poco la conciencia de su vida anterior (curioso trasfondo para una película de la que esperas un poco de entretenimiento y de la que sales temiendo que alguien implante tu cerebro cruelmente, y sin preguntar, además sin preguntar, en un robot de acero sin sentimientos)— solo han acertado en lo malo: Todavía no tenemos policías robots (viendo la película parece casi algo bueno, por otra parte) pero el odio y la violencia de la que habla la simpática peliculita está más presente que nunca en nuestras vidas, en Twitter y en el parlamento. No tenemos monopatines voladores (y de haberlos seguro que irían por la acera molestando), pero la justicia se ha convertido cada vez más en algo inmediato, los tribunales no han cambiado desde 1989, pero la cultura de la cancelación ha ganado un poder temible. Es como si todos nuestros avances hubieran sido, de un tiempo a esta parte, hacia atrás: hacia el odio, la verdad única, el chamanismo antivacunas y la astrología negacionista.
Marty McFly teletrabajando en Regreso al futuro II (1989) |
Tal vez sea un pesimismo infundado, una exageración mía, tal vez hace cuarenta años las cosas estuvieran más o menos igual de mal y de ahí el acierto. Después de todo, también se canceló a John Landis tras el incidente de En los limites de la realidad (1983) —hablamos de eso en otra ocasión, si queréis—, que luego se demostrara su inocencia sirvió de poco. Y la violencia, el odio, el racismo, la autocensura (y la impuesta) se mantiene en toda la historia, da igual si retrocedemos cuarenta, cincuenta o cien años: Quedan solo seis para el centenario de Metrópolis (Fritz Lang, 1927), que coincidirá además con el año en que se ambienta, y todavía no hemos solucionado la terrible diferencia entre quien está arriba y quién esta abajo, oprimido.
Puede que la decepción de la que hablaba al principio, antes de perderme en esta divagación eterna con complejo de peonza en la que se ha convertido este artículo, sea, en realidad por otros motivos. Puede que nos moleste más ver cómo todo sigue igual que comprobar cómo, en efecto, nada ha cambiado demasiado. Hace unos días leía un libro del físico italiano Carlo Rovelli (Siete Breves Lecciones de Fisica), que concluía su último capítulo, después de resumir toda la historia y las complejidades de nuestro universo, con la certeza de que nuestra especie tiene los días contados. Todo se hundirá, antes o después, por nuestra culpa, y cada año que pasa es más inevitable. Esto, ciertamente, me deprime a mí más que tener que seguir usando cordones y no poder secar mi chaqueta pulsando un botón.
Fotograma de la ciudad en Blade Runner (1982) |
Pero acabo de repasar las dos primeras películas de Mad Max y, francamente, por lo menos la primera entrega, no parece demasiado futurista. Esta primera cinta me parece más bien una especie de western ecléctico, una historia de venganza, un El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962) con mucho menos estilo, que también formalmente recuerda a los grandes espacios abiertos en el desierto y los duelos construidos en primeros planos de Leone, cambiando siempre caballos por motos y, de nuevo, con mucho menos estilo. Por lo demás, la película es completamente irregular y tiene una falta perpetua de sentido del humor, pero logra de alguna manera mantener la atención con esa fascinación visceral por ver cosas explotando y coches dando vueltas sobre sí mismos a toda velocidad.
De nuevo, George Miller, acertó con alguna cosa, el toque de queda y, si esperamos un poco, la secuela acertará con la falta de gasolina. Pero me resultó chocante la plausibilidad de toda la primera historia. Normalmente, cuando llega el momento, las películas que se ambientan en el futuro ya no se sostienen. Si hiciéramos un remake, Dios no lo quiera, de la película de Zemeckis tendríamos que mandar a Marty a 2060. Si repetimos la historia de Max nos valdría perfectamente 2021, nada en ella resulta especialmente incoherente para mandarla cuarenta años adelante, dentro del universo de ficción que construye. Tal vez esto signifique que nos estamos acercando ya a esa línea en la que nuestra realidad, en los años 20', es en sí algo distópica y cueste más sorprendernos. O puede, simplemente, que Miller se arriesgara poco. Y que la historia podría suceder perfectamente también en 1979. De momento, sigamos esperando a que llegue la revolución.