El cine según Hitchcock cambió el séptimo arte

"Hoy, la obra de Alfred Hitchcock es admirada en todo el mundo y los jóvenes que descubren por vez primera Rear Window (La ventana indiscreta), Vértigo, North by Northwest (Con la muerte en los talones) en la onda de las reposiciones, creen que siempre ha sido así. Pero no es éste el caso, nada más lejos." Fraçois Truffout (Los cuatrocientos golpes, 1959) empezaba así el prólogo a la edición definitiva ―habiendo comprobado ya el efecto de su obra― de Le Cinéma selon Hitchcock (El cine según Hitchcock) en 1983. Tres años después de la muerte de su maestro ―al que había colocado en el pedestal en el que siempre debió estar, con la primera edición de 1966― y apenas un año antes de morir trágicamente, con tan solo 52 años y en lo más alto de su carrera, quiso poner punto final al que sería ―junto a toda su filmografía― su mayor legado. 

Truffaut y Hitchcock durante su entrevista hacia 1966.

Un conjunto de conversaciones con el maestro del suspense, Alfred Hitchcock, en las que abordan, con franqueza, el oficio que ambos compartían y la fulgurante carrera del director británico, entonces despreciada por la crítica americana y europea debido a su enorme popularidad. El libro sirvió, en efecto, para reivindicar su trabajo, que pasó a ser recibido con una admiración incontestable. Pero su trayectoria, cuando por fin empezó a ser respetada, había llegado a una depresión de la que no lograría salir nunca. Mientras su joven pupilo, pionero de la Nouvelle Vague, veía ascender su carrera, Hitchcock solo sería capaz de rodar tres películas más, ninguna a la altura de su nombre. 


Aunque hayan pasado casi cuarenta años desde aquellas palabras de Truffaut ―y ahora lo más cercano que tengan los jóvenes a descubrir Vértigo en una reposición, sea encontrársela en Filmin, o percatarse de que la última película de Netflix, Rebecca (Ben Wheatley, 2020), ya la filmó un señor hace ochenta años―, lo cierto es que todavía cabe recordar el que, probablemente, sea el libro sobre cine que más vocaciones ha despertado, y cuya relevancia a veces damos por sentado. 


Su importancia en el modo en el que percibimos el cine es, en sí mismo, equiparable a movimientos enteros, como al que pertenecía su escritor ―que, por cierto, contó con la ayuda imprescindible de Helen Scott, rara vez mencionada al propósito―, y sus enseñanzas son completamente inabarcables. La obra ha sido, como ninguna otra, motivo de estudio desde su publicación y ha servido como tema para un sinfín de comentarios y documentales, el más reciente Hitchcock/Truffout (Kent Jones, 2015), protagonizado por Martin Scorsese, David Fincher o Wes Anderson, entre otros. Su acercamiento al séptimo arte dió un relato próximo que marcó a toda una generación, en una época en la que Hollywood estaba a punto de inmiscuirse en su peor crisis. Es, en definitiva, una pieza angular de la historia del cine, y una lectura indispensable para todo aquel que se diga cinéfilo o tenga aspiraciones de dedicarse al oficio del cine. Siguen, a modo tráiler (o por si alguien todavía no ha quedado convencido de correr a su librería más cercana a encontrarlo), algunas de mis citas favoritas escondidas entre sus páginas. 


“Cuando se cuenta una historia en el cine, sólo se debería recurrir al diálogo cuando es imposible hacerlo de otra forma.” (p. 65) oEl diálogo debe ser un ruido entre los demás, un ruido que sale de la boca de los personajes, cuyas acciones y miradas son las que cuentan una historia visual”. (p. 230)


Hitchcock y Bernard Herrmann 


“No basta tener un montón de ideas para hacer una buena película si no se presentan con el suficiente cuidado y con una conciencia total de la forma”
. (p.155) 


Alfred Hitchcock y Janet Leigh en el rodaje de Psicosis (1960)

“No lo dude nunca: si, en el curso de su trabajo como creador, siente que se desliza por el terreno de la duda y de lo confuso, refúgiese en lo verdadero y en lo que ya ha sido experimentado”. (p. 193), en adición, “Cuando se empieza a trabajar en un proyecto que no funciona, lo más juicioso es abandonarlo, pura y simplemente” (p. 259).


Alfred Hitchcock (en su cameo favorito), William Bendix y Mary Anderson en Náufragos (1944)

“Las ideas que se le ocurren a uno en plena noche, y que cree son formidables, resultan ser a menudo lamentables a la mañana siguiente”. (p. 273)


Alfred Hitchcock y Tippi Hedren en  el rodaje de Marnie (1964)

“El gran cine, el cine puro, comienza cuando la puesta en situación del plano que se va a rodar parece absurda a todo el equipo” (p. 276) “La realidad fotografiada se vuelve, la mayor parte de las veces, irreal”. (p. 279)


James Stewart, Grace Kelly y Hitchcock en el rodaje de La ventana indiscreta (1953)

“Siempre he tenido miedo de improvisar en el plató, porque en ese momento, aunque hay tiempo para tener nuevas ideas, no lo hay para examinar la calidad de estas ideas”. (p. 299)


Hitchcock y Anny Ondra en el rodaje de Blackmail (1929)

“La voluntad de hacer algo grande y, después, si tienes éxito, algo todavía más grande, te hace parecer a un chiquillo que hinche un globo y de pronto le estalla en la cara”.  (p. 197) ―Con esta última incluso definió el trabajo de Cristopher Nolan―. 


Hitchcock y Claude Jade en el rodaje de Topaz (1969)






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