‘Pánico en la escena’: las imágenes que mienten
Hitchcock consideraba ‘Stage Fright’ (‘Pánico en la escena’, 1950) como uno de sus mayores fracasos, sin embargo, la película esconde hallazgos narrativos que nos interpelan ahora más que nunca.
Hitchcock y Truffaut durante el transcurso de su famosa entrevista
«Había un elemento que me interesaba; la idea de rodar una historia sobre el teatro. De manera más concreta, diré que lo que me gustaba era esta idea: una muchacha que quiere ser actriz se ve obligada a disfrazarse y a interpretar en la vida a su primer papel, mientras realiza una investigación policíaca.» Así explicaba Hitchcock ‘Stage Fright’ (‘Pánico en la escena’, 1950) en la famosa entrevista que concedió a Truffaut.
Pese al interés que suscita la premisa, Hitchcock acabaría considerándola una de sus películas más flojas. En palabras de Truffaut: «Realmente es un pequeño film policíaco inglés, en la tradición de Agatha Christie y precisamente uno de esos “whodunits” que usted rechaza».
Los motivos están más o menos claros: Hitchcock fue incapaz de adaptarse a la industria inglesa ―había regresado a su país natal un año antes para rodar ‘Atormentada’ (1949)― y se vio obligado a trabajar con dos actores ingleses «problemáticos» (así los califica): Jane Wyman y Alastair Sim, precisamente en los dos roles protagónicos.
Jane Wyman y Alastair Sim
Lo más molesto fue trabajar con Jane Wyman: interpretaba a una actriz que se hace pasar por una doncella caída en desgracia. Esto obligaba a caracterizarla con un aspecto desaliñado, pero la actriz no soportaba verse tan fea delante de Marlene Dietrich ―que interpreta (ella sí de forma impecable) a la antagonista. Según cuenta Hithcock, se echaba a llorar sin consuelo cada vez que se veía en las proyecciones. Y, entre plano y plano, empezó a acicalarse furtivamente (esto sí suena a película de suspense) y convirtió la imagen de su personaje en una contradicción constante e inverosímil.
Pero Wyman está lejos de ser la responsable del fracaso del film. Como explica Truffaut, «la historia no interesa demasiado al espectador, porque ningún personaje se encuentra realmente en peligro». Ahí está la clave: no puede haber suspense si nadie se juega nada. «¿Por qué ningún personaje está realmente en peligro? [formula Hitchcock la pregunta y se responde] porque contamos una historia en la que los malos son los que tienen miedo.»
Además de ser una lección valiosa, prueba que hasta un genio tan rotundo como Hitchcock puede cometer errores insalvables. Es cierto: la película no funciona, de ninguna de las maneras, como un thriller de intriga.
Sin embargo, sí hay algunos elementos interesantes a comentar. Como bien dirían Bazin y los Caheirs du Cinéma, el peor Hitchcock ―un verdadero autor― siempre será mejor que la mejor película de un mal cineasta. Precisamente en otra de las pegas que Hitchcock pone a ‘Pánico en la escena’ está, para mí, su gran acierto narrativo. «En esta historia hice algo que nunca debí permitirme… un “flash-back” que era mentira».
El flash-back falaz
Truffaut nos lo explica con más detalle: «[Al inicio de la película] Richard Todd, perseguido por la Policía, sube al coche de Jane Wyman que se aleja a toda velocidad. Ella dice: “No hay policías a la vista; me gustaría saber lo que ha pasado”. Entonces Richard Todd empieza a contárselo y su relato constituye un “flash-back”. Se ve [en imágenes] que él se encontraba en su casa cuando Marlene Dietrich llegó, enloquecida, con su vestido blanco manchado de sangre; ella le cuenta lo que acaba de suceder, y aquí tenemos un procedimiento narrativo sumamente indirecto [no aclara Truffaut si es indirecto para bien o para mal], pues Todd relata a Jane Wyman lo que le ha contado Marlene Dietrich. (Ella ha matado a su marido y ha venido a pedir a Todd que la ayude a suprimir una prueba; él acepta y, como se le ha visto por los lugares del crimen, teme ser sospechoso.) Más tarde, hacia el final del film, nos enteramos de que Todd ha mentido tanto a Marlene Dietrich como a Jane Wyman, así como a la Policía y que él es el asesino; en realidad, puede decirse que ha mentido tres veces, pues el “flash-back” se dividía en tres partes.»
Hitchcock nos hace pensar durante toda la película que las imágenes del flashback eran la verdad y, solo al final de la película, nos revela la mentira. Esto puede interpretarse como una falta de estilo, un truco efectista, una trampa barata. Esta es la lectura que hicieron en 1950 y que todavía harían muchos críticos.
Un film sobre la mentira
Sin embargo, es posible hacer otra interpretación. En 1950 ―una década antes de que los críticos de la Nouvelle Vague se convirtieran en cineastas, antes de los Nuevos Cines y del nacimiento de la Modernidad―, Alfred Hitchcock ―incapaz él mismo de percibirlo― introduce un concepto puramente posmoderno, apreciable únicamente desde el prisma del cine contemporáneo: al mostrarnos la mentira del mismo modo que filma los hechos, la supuesta verdad objetiva ―que hasta entonces había acaparado la imagen cinematográfica―, ya no podemos fiarnos de la veracidad de las imágenes ni de la honestidad de los narradores. La cámara se convierte, tal vez por primera vez, en un narrador no fiable.
Setenta y cinco años después, la televisión, internet y ahora la inteligencia artificial nos han convertido en lectores escépticos, desconfiados y, lo que es peor, incapaces de discernir la realidad de la mentira en las imágenes. ‘Pánico en la escena’ nos interpela más que nunca.
Alfred Hitchcock conversando con Marlene Dietrich
Es cierto, la película no funciona como un thriller, pero sí como un film sobre la mentira. Los protagonistas son todos actores de teatro, interpretando constantemente papeles, intercambiándose máscaras: Jane Wyman finge ser una doncella, Marlene Diestrich finge estar afligida por la muerte de su marido ―al que despreciaba―, y Richard Todd finge ser una víctima cuando, en realidad, es el culpable. Y también aparece la figura del detective, el arquetipo del escéptico por excelencia en todo el cine negro, siempre situado en la frontera entre la verdad y la falsedad, entre la ley y el crimen. Toda la película es, en realidad, un juego de espejos, una telaraña de mentiras en la que van quedando atrapados, uno a uno, sus protagonistas.
El clímax de la película, cuando las máscaras caen por su propio peso, tiene lugar precisamente sobre un escenario. Es el propio teatro (en una imagen que Hitchcock nos niega, en off) el que actúa como verdugo de Todd ―el telón, rígido, le cae encima, como una guillotina y le hiere de muerte. La mentira se paga cara.
de Hitchcock a ‘anatomía de una caída’ (2023)
Un procedimiento similar tiene lugar en ‘Anatomía de una caída’ (2023, Justine Triet), ganadora de la Palma de Oro. También un film sobre la mentira. La película plantea una tesis controvertida: nuestra naturaleza ―hambrienta de entretenimiento― nos hace preferir siempre una mentira interesante, aunque sea terrible y violenta, a una verdad aburrida y predecible. Preferimos creer que una escritora ha matado a su marido, que creer que un escritor depresivo se ha suicidado, porque, al fin y al cabo, eso ya está muy visto. ¿Qué dice eso de nosotros? (Este es un tema para otro artículo.)
Fotograma de la muerte en ‘Anatomía de una caída’ (2023)
La directora, Justine Triet, procede al modo de Hitchcock y pone en escena las dos hipótesis: suicidio y asesinato. Aunque nuestro punto de vista es de la mujer recién enviudada ―que se enfrenta a un juicio para demostrar su inocencia― nunca sabemos con seguridad si está mintiendo o diciendo la verdad. La narración es ambigua al respecto. Triet elige filmar el asesinato y el suicidio de igual manera, colocarnos frente a ambas imágenes, sin decirnos nunca cuál es la verdad objetiva. Mantiene el enigma incluso acabada la película. ¿Se ha absuelto a una mujer culpable o se ha hecho justicia? Las dos imágenes pueden ser falsas o ciertas.
En realidad, la decisión de Triet no está muy lejos de la reflexión de Hitchcock: «En el cine aceptamos de buena gana que un hombre haga un relato falso. Además, aceptamos también de buen grado que cuando alguien cuenta una historia que se desarrolla en el pasado, que esté ilustrada por un “flash-back” como si ocurriese en el presente. En ese caso, ¿por qué no podríamos contar una historia falsa en lugar de un “flash-back”?». Tal vez, ahora sí, las imágenes se han ganado el derecho, ellas también, de contarnos alguna mentira.